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bernabilidad que no siempre coinciden con los criterios con los que se tasa la productividad de otras
organizaciones o empresas. Para la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, que nace como
una innovación universitaria dentro de la avanzada concepción que representa el conjunto de la UAM,
resulta necesaria la comprensión del desarrollo de nuestra institución universitaria, de las distintas
historias concretas que permitan entender los procesos de crecimiento y desarrollo, diferenciación y
complejidad institucional para, de esta manera, reconstruir las trayectorias de las redes organizativas
de la actividad universitaria.
La mayor responsabilidad de las instancias colegiadas y del personal de dirección de la institución
consiste en garantizar un orden institucional muy dinámico que estimule la participación y el trabajo
de individuos y grupos.
La UAM, como institución edificada por sus comunidades a partir del diálogo y la reflexión, ha estable-
cido un sistema de reglas que posibilitan la participación de todos en la definición de sus proyectos y
en su realización. Conviene resaltar que la gestión universitaria se orienta, primero, a la defensa de la
autonomía universitaria, entendida como esa capacidad de una comunidad plural y diversa para de-
finir su rumbo y operario con independencia, esto es, conservando el control sobre la determinación
de sus finalidades y proyectos; segundo, hacia la negociación pertinente para contar con los recursos
económicos suficientes que aseguren su plena realización, aunque bajo esquemas precisos de toma
de decisiones y rendición de cuentas; finalmente, propicia el establecimiento de un nuevo contrato so-
cial entre los integrantes de su comunidad, que regule la vida interna de la institución, incrementando
con ello su fortaleza frente a agentes externos que la limiten o cuestionen. Esta triple orientación, hay
que reconocerlo, se mantiene aún como una aspiración; su realización requiere de la participación de
todos los universitarios, por encima de diferencias y más allá de intereses aislados. Sólo así se produci-
rán las condiciones para el permanente renacimiento de la universidad como institución social (Ibarra,
2004).
Por otra parte, una universidad no puede, amparándose en la autonomía, establecer reglas de convi-
vencia en su interior que contravengan con el orden jurídico de la sociedad, ni puede asumir funciones
que fe correspondan a otros órganos del Estado (González Cuevas, 2004). Como dicen Neave y López
et al. (2000), los ámbitos de la autonomía se relacionan con el objeto social de las universidades, es
decir, con el desempeño de sus funciones sustantivas. Por eso algunos autores señalan que la autono-
mía no tiene un significado y un contenido únicos, sino que está en relación con un contexto histórico
determinado y que inclusive su significado podría cambiar con el tiempo.
Al privilegiar, desde hace más de una década, el desempeño individual del profesorado, la universidad
ha enfrentado severas dificultades para definir y operar reglas de trabajo en el ámbito de los colectivos
académicos, situación que se agudiza en las instancias de coordinación, que ante la ausencia de estruc-
turas orgánicas de docencia, se improvisa a fin de atender los procesos de evaluación y acreditación.
Ante este vacío organizativo, los órganos colegiados aún no han dado una respuesta institucional;
aunque la responsabilidad de la pertinencia de los planes y programas de estudio que ofrece cada
licenciatura y programa de posgrado no es exclusiva de los actores que lo operan directamente; la
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